lunes, 19 de mayo de 2014

Lágrimas en rojo

Aunque hace días que no llueve, la tierra de Navarra está húmeda, regada por lamentos recientes. Las nuestras no son lágrimas de ciega amargura, más bien llanto discreto de un descenso anunciado, congoja del alma que, inevitablemente, se quedó helada. Cuesta creer, en cualquier caso, que de todas las posibilidades que se barajaban antes del partido sobre la permanencia o el descenso de Osasuna, sucedió la única que no estaba escrita; la única que nadie imaginó. Marcó Oriol Riera y la grada se vino abajo, literalmente. Una pequeña avalancha en Graderío Sur quebró la barandilla y los aficionados de las primera filas cayeron al campo. Se enfrío la grada tan deprisa como había ardido de emoción. Nos miramos incómodos, impotentes, temiendo lo peor mientras veíamos al bético NDiaye sacar de entre la gente a un niño y llevárselo en brazos. Lo consoló Javi Gracia en el banquillo, mientras los también béticos Chica, Salva Sevilla y un auxiliar trasladaban a otro joven con la pierna ensangrentada. Treinta y cinco minutos de incertidumbre dan para mucho.
A pesar del susto y de los heridos —afortunadamente no hubo que lamentar males mayores—, el equipo seguía vivo cuando se reanudó el partido. Y marcó Acuña el 2-0, pero ya no fue lo mismo. Venía viento cruzado de las ondas de la radio.  Y soplaban huracanes que anunciaban que tampoco ayer sería el día que nos pitaran un penalti, ni la jornada en que la suerte nos brindara una sonrisa. Y, al final, de tanto decir que se moría Osasuna, se murió sin anunciarlo. No bastó con que los aficionados se dejaran la piel —y la sangre— en las gradas. No bastó con confiar en la suerte del pobre. Nos aguardan más de mil días de soledad, lo sabemos. No será fácil la travesía por el desierto que nos espera y en la que nos abrasará un infierno cruel. Sin embargo, somos fuertes. Hemos bregado en peores batallas. Se lo digo a las nuevas generaciones, que ayer vi disueltas en lágrimas y llantos en los que no había nada de resignación. Sabemos resurgir de nuestras propias cenizas. Tenemos la sangre del mismo color que nuestras camisetas.
Diciembre de 2011. El club obsequió a Patxi Puñal con un roble tras superar sus 350 partidos con Osasuna. Curiosamente, el Betis fue testigo. El roble está plantado en Tajonar. 
Una camiseta que ayer, más que nunca, llevaba el número 10. Lo lamento profundamente por su dueño, por Patxi Puñal. No pudo ser más amarga su despedida. Él mismo lo reconocía: «Mi carrera no ha sido fácil, más bien durilla, pero no sabía que lo más duro me lo guardaba para el final». A sus 38 años, el veterano capitán ha batido records en el Club Atlético Osasuna tras 17 años como profesional y 513 partidos oficiales con el equipo rojillo —el jugador del club con más partidos a sus espaldas, a pesar de pasar 2 años exiliado en Leganés—. Estuvo ahí en la final de Copa contra el Betis —irónico que 9 años después los dos equipos acaben en Segunda a la vez— de aquel 11 de junio de 2005, sorbió los deleites de la histórica clasificación del equipo para jugar la Champions y saboreó la semifinal de la UEFA Europa League 2006-07 contra el Sevilla. Y ayer, el destino lo sorprendió con un revés inoportuno: el descenso del equipo. Espero que, de todas formas, cuando Patxi Puñal eche la vista atrás, recostado en el tronco de su roble, recuerde otros momentos importantes como su gran gol al Sevilla, iniciando la remontada que nos dio la salvación, o el penalti que le marcó al Madrid en el Sadar. Y, entonces, pueda llorar de emoción y no de rabia. Y mientras, estaremos ahí, buscando un cielo rojo en el que mirarnos y que algún día conquistaremos. Y será el momento de dejar atrás nuestra congoja y vaciar sobre él lágrimas de alegría. Va por ti, Patxi Puñal. Y por todos los que os visteis implicados en la avalancha. ¡Aúpa Osasuna! ¡Gora Osasuna!