martes, 24 de marzo de 2009

La soledad

Playa de Hondarribia. Livia

La soledad nos espera en la arena; como esa huella que echa de menos al pie que la marcó. 
La soledad de mis abuelas es la soledad del corazón. Que echa en falta al compañero que ya se fue y que ninguna otra compañía puede reemplazar. 
En la arena está marcada también la soledad del escayolista. Que espera en el Palacio de Justicia a que alguien pronuncie su nombre. Hace un año tuvo un accidente de moto cuando iba a adelantar a una camioneta. Al hacerlo, se abrió demasiado y acabó saliéndose por la izquierda. Su cuerpo fue a parar a un terreno sembrado. Se partió los dos tobillos, ahora llenos de tornillos, y se deshizo la muñeca izquierda. Es difícil que pueda volver a desempeñar su trabajo.
Algunos días, me encuentro con la soledad del ciego, que marcha del brazo de su hija. Cuando su retoño era un bebé, él comenzó a perder visión. Un día, su mujer se puso enferma y acudió a urgencias. Allí le dijeron que la iban a ingresar para observar su evolución. Ella pidió el alta voluntaria alegando que debía cuidar de su pequeña hija y ayudar a su marido que se estaba quedando ciego. Aquella noche murió en su cama.
El domingo me encontré con la soledad del portero. De rodillas en el suelo viendo al cuarto árbitro levantar el marcador con los minutos de descuento. A lo lejos sus compañeros presionaban en el área contraria y él parecía querer rematar el balón. Se agarraba a la hierba y quería detener el tiempo, mientras su equipo botaba una falta. Cuando marcaron el gol, él corrió solo por las inmediaciones de su área.
Algunas noches, busco también la soledad, sin darme cuenta de que otros conviven con ella sin poder elegir.