domingo, 28 de diciembre de 2008

La noche del 31

Mientras media Pamplona anda ajustando el menú de Noche Vieja y contando uvas, la otra media pasa las últimas horas del año terminando su disfraz para lucir la noche del 31. Muchos incluso corren la San Silvestre disfrazados.
Recuerdo el entusiasmo con el que preparábamos los detalles desde días atrás. Las madres cosían a destajo, nos pasábamos patrones y nosotros nos probábamos el invento. Por los bares de lo Viejo hemos visto de todo: pitufos, centuriones romanos, pelotaris, barcos enteros de piratas, mosqueteros, lámparas de mesilla, váteres, suelos de bares con vasos y cigarrillos agarrados... La imaginación da mucho de sí esa noche. 
Aunque ahora todo es más fácil y la mayoría acaba comprando o alquilando el disfraz, todavía hay cuadrillas que desbordan imaginación y humor.
Es el tránsito hacia el nuevo año, la noche fría y llena de sorpresas. Un desfile multicolor que llega hasta el centro de la vieja Iruña desde todos los barrios y localidades de la cuenca. La diversión que culmina con un chocolate caliente y unos churros bien entrado el amanecer.
¡Que ustedes lo pasen bien y que el 2009 entre con buen pie!
¡Salud Pamplona!

domingo, 14 de diciembre de 2008

La libertad de expresión

Mucho es lo que se está escribiendo estos últimos días sobre la frase de Tardá "Muerte al Borbón". Muchas son las voces que han enarbolado la bandera de la libertad de expresión para justificar su pronunciamiento. Yo misma estoy a favor de la libertad de expresión. Sin ella, mi profesión no sería sino pura falacia.
No voy a entrar en la intencionalidad de la frase (ni siquiera creo que me importe, porque sólo él sabrá lo qué quiso decir), pero creo que en todo este asunto se está olvidando algo muy importante: la RESPONSABILIDAD.
Todo el mundo tiene derecho expresar con libertad sus ideas y a decir lo que a su buen juicio quiera. Pero todo ello ha de ser desde la responsabilidad. Tardá ejerció su derecho a decir libremente lo que quiso. Pero puesto que lo hizo libremente, nadie más que él tiene la responsabilidad de acatar las consecuencias que se puedan derivar de ello. (Y con esto no quiero decir que deba haber consecuencias, para eso ya están los legisladores). 
A mí me han enseñado que toda acción tiene su reacción. Igual que cuando se juega al billar y al golpear una bola, ésta choca contra otra u otras y las desplaza de sitio. 
Creo yo (y que me corrijan se estoy equivocada), que el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento. Pues con esto de la libertad de expresión pienso que es lo mismo. Uno puede expresar libremente lo que quiera, pero sabiendo que su ejercicio puede tener consecuencias. Y que, en ningún caso, nadie intente ampararse en la libertad de expresión para eludir las consecuencias de lo dicho.

El tren de segunda

Cuando uno saca un billete y el tren sale de la estación es consciente de que ese tren le llevará al destino elegido. Puede ser, que por el camino, se dé cuenta de que las estaciones por las que pasa no estaban marcadas en su itinerario. En tal caso, se preguntará si se ha equivocado de tren, o si el taquillero se confundió al sacarle el billete. Lo lógico sería que, el individuo en cuestión esperara a la siguiente estación y se bajara del tren. 
No sé si Osasuna se ha dado cuenta en todo lo que llevamos de liga de que  ha comprado el billete equivocado. Ni siquiera sé si es consciente de que se ha montado en el tren que lleva a segunda. Supongo que sí, que a estas alturas, nadie en su sano juicio se empeña en decir que no pasa nada. Entonces, yo me pregunto en qué estado catatónico se ha quedado para no ser capaz de apearse en la siguiente estación y tomar el tren que le lleve en la otra dirección.
Osasuna lleva el triste camino de convertirse en el protagonista de una novela negra. Hace ya tiempo que la segunda le ronda y él, ciego de amor, no se da cuenta de que su diosa viste de negro y lleva la palabra descenso escrita en la frente. Desde el comienzo de temporada frecuenta el bar de la esquina donde un luminoso letrero de neón lanza destellos de perdedor al aire. Gasta en trajes, rosas y whisky una fortuna, mientras su acompañante lleva la daga afilada en el muslo.
Camacho, traído para desatar la venda macabra que el equipo se empeña en llevar en los ojos, no ha conseguido enderezar la marcha descendente del conjunto. Sus números dejan mucho que desear. Me imagino que su cabeza estará dando vueltas a todo este asunto y lo lógico es pensar que después de Navidad, si no antes, se dé cuenta de que su etapita en Osasuna ha llegado a su fin. Por su propia dignidad y palmarés y por la dignidad del equipo navarro.
Por mis palabras se deducirá que soy pesimista, pero yo prefiero creer que soy realista. Cada partido que jugamos es un puro sentimiento de impotencia. Puede ser que un día tengamos mala suerte, que otro día suframos un mal arbitraje, pero después de tanta derrota es de cajón pensar que no damos para más.
Al principio de temporada se dijo que teníamos mejor equipo que el año pasado, que los jugadores eran de mejor nivel y de más calidad. Ante esas manifestaciones, algunas voces experimentadas recordaron que la última vez que se comentó algo así bajamos a segunda.
Y llegados a esta encrucijada ¿qué?
Pues sólo quedan dos caminos.
Uno es asumir las evidencias y preparar al equipo para la que se le viene encima. (Recorte de gastos y de presupuestos, futbolistas de segunda que cobran como los de primera, venta de los jugadores con fichas más altas, reestructuración del organigrama del club...)
La otra es retomar el Sadar, que nuestro estadio se convierta de nuevo ese campo maldito donde la posibilidad de arrancar un punto no estaba ni siquiera imaginada. Donde los jugadores rendían siempre al 125% de sus posibilidades. Y donde cada uno de los once que saltaba al césped sentía el rojo de su camiseta como parte de la sangre que corría por sus venas.  Yo no sé si es porque el día que le cambiaron el nombre por el de Reyno de Navarra alguien se olvidó de bendecirlo, pero está claro que esa denominación no nos da suerte.

martes, 9 de diciembre de 2008

La huella de la ropa

Supongo que ha sido coincidencia, pero en la última semana he podido leer varias referencias sobre la huella que deja la gente en la ropa. El otro día leí un artículo, y que me perdone su autor porque no me acuerdo de su nombre, en el que venía a decir más o menos que a él no le gustaba ponerse la ropa de otra persona, porque es como si en ella se quedara el alma de su dueño. 
También en uno de los chistes de la revista Mujer Hoy, el autor hacía referencia a que los vestidos acaban teniendo la forma del cuerpo de quien los viste.
Eso me ha traído a la memoria un tabardo que heredé de mi abuelo. Cuando éste murió, mi abuela me lo regaló como recuerdo. Mi abuelo Antonio, que también era mi padrino, era un hombre cariñoso y de temperamento sosegado al que nunca vi levantar la voz.  De él guardo gratos recuerdos de cuando me llevaba en su coche, de cuando me compraba patatas fritas, de cuando venía a verme a Obanos el día de mi cumpleaños... 
Mi primer coche lo heredé de él; un seat 124 color naranja butano de cuatro marchas que lo tenía impecable. Cuando él ya no pudo conducirlo me lo regaló a mí. Yo ya estaba en la universidad y él empezaba a tener los primeros atisbos de alzheimer.
Su tabardo lo uso con frecuencia en invierno porque abriga como si llevara una manta encima. Y,  si tengo que ser sincera, he de decir que cuando lo llevo, me siento protegida y acompañada; como si nada malo me pudiera suceder. Es como si él caminara conmigo. Por eso doy las gracias a mi abuela porque al regalármelo, me regaló también un pedacito de su alma.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Se buscan héroes


Y ahora, ¿qué?
Han pasado 13 jornadas de liga. Hemos ganado un partido y empatado cinco. Las cuentas no fallan, tenemos ocho puntos y ocupamos la penúltima posición de la tabla clasificatoria. Atrás quedan esas temporadas tan apasionantes vividas en el Sadar, aunque no son tan lejanas. Entonces, cuando los caracoles derrapaban y el Real Madrid perdía en el Sadar, el fútbol tenía otro sabor. Sabías que cada uno de los once del equipo titular se iba a dejar la piel en el campo, iba a correr más kilómetros que Induráin en los cinco Tours que ganó e iba a tirar a puerta al menos el doble de veces que su rival. Todos los que jugaban cada minuto hacían verdad cada una de las palabras que componen nuestro himno. Después daba igual lo que pasara porque habíamos subido tan alto como ellos y habíamos sobrevolado Pamplona con esa ligereza que da haber superado a otros equipos de mayor entidad. Ahora en el fútbol, como la vida, parece funcionar de otro modo. Jugadores que ganan millones y a los que se les tiene que motivar presentándoles primas por ganar. ¡Por favor! ¿Acaso no es ese su trabajo? Muchos nos empezamos a preguntar qué pasaría si a mí, nuestros jefes nos tendrían que primar por llegar puntual a la empresa, o por sacar cada día el trabajo para el que hemos sido contratados.
Yo sigo esperando que los jugadores de Osasuna se vuelvan a convertir en esos héroes de antaño. No tenían capa, pero la velocidad con la que se desprendían de sus marcadores hacía surgir una estela roja que bien se podía llamar capa. No cobraban tanto como sus rivales, pero les superaban en todos los terrenos. Cuando iban perdiendo sacaban la cabeza y el equipo resurgía de sus propias cenizas y cuando metían un gol, a la grada se le ponían los pelos de punta. Seguimos esperando y espero que la espera no sea larga.