domingo, 3 de octubre de 2010

El Sadar, ese campo maldito

Recuerdo la primera vez que entré en la redacción de Diario de Navarra y vi aquella vieja máquina de escribir, en cuyo lateral alguien había pegado un recorte con un titular de prensa. Los ojos se me fueron hacia él. Decía: "El Sadar, ese campo maldito". El viejo Sadar era así, un campo maldito para todos los equipos que venían a jugar a Pamplona. Un estadio pequeño y "apañao" donde nos apiñábamos miles de personas coreando al unísono el nombre de Osasuna. Era raro el punto que se escapaba de él. Aquí, los equipos contrarios tenían que sudar para lograr marcar un gol. Y los llamados equipos grandes, solían irse de vacío.
El viejo Sadar tenía una magia especial que hacía crecerse a los jóvenes talentos de Tajonar. Los llenaba de fuerza y de coraje y los convertía en "indios". Para ellos no había nada imposible. Corrían más que el contrario, defendían con valentía y atacaban a ráfagas constantes como una tormenta que termina calándote los huesos. Osasuna nunca se rendía, Osasuna era un equipo de garra y de presión.
Hace unos años rebautizaron al Sadar. Ahora se llama Reyno de Navarra. No es que no me guste su nueva denominación, pero tengo la sensación de que desde que dejaron de usar su nombre, nada es como era antes. Y debo decir que añoro esas sensaciones que transmitía el Sadar. Esa fortaleza que parecía irradiar de sus propios cimientos, esa identidad que marcaba a los jugadores de Osasuna, quienes parecían llevar tatuada en su piel la idiosincrasia de nuestro club.