El viejo Sadar tenía una magia especial que hacía crecerse a los jóvenes talentos de Tajonar. Los llenaba de fuerza y de coraje y los convertía en "indios". Para ellos no había nada imposible. Corrían más que el contrario, defendían con valentía y atacaban a ráfagas constantes como una tormenta que termina calándote los huesos. Osasuna nunca se rendía, Osasuna era un equipo de garra y de presión.
Hace unos años rebautizaron al Sadar. Ahora se llama Reyno de Navarra. No es que no me guste su nueva denominación, pero tengo la sensación de que desde que dejaron de usar su nombre, nada es como era antes. Y debo decir que añoro esas sensaciones que transmitía el Sadar. Esa fortaleza que parecía irradiar de sus propios cimientos, esa identidad que marcaba a los jugadores de Osasuna, quienes parecían llevar tatuada en su piel la idiosincrasia de nuestro club.
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