domingo, 21 de septiembre de 2008

La sociedad que nos viene

Un amigo de mi primo está en el hospital. Tiene la pierna rota y el menisco destrozado. Supongo que tuvo mala suerte. El otro día bajó a las diez de la noche a sacar a su perro a pasear en el barrio de Iturrama. Pasó delante de unos columpios donde unos adolescentes se dedicaban a inutilizar la zona de juego de los más pequeños. La gente pasaba sin decir nada y él siguió con su paseo. A la vuelta, los adolescentes habían cambiado de escenario y se estaban metiendo con la verja de una tienda cercana. Él, de buen rollo, les comentó que tuvieran cuidado y que era mejor que lo dejaran por si les veía la policía. Uno de ellos se le encaró y le fue a propinar un golpe en la cara. Él lo esquivó, pero no pudo librarse de la patada de otro de ellos. Patada que le partió la pierna y le destrozó el menisco.
Ayer, yo iba en el coche con mis hijos. Pasábamos por Echavacoiz norte. Un coche iba delante de nosotros y llegamos a un punto en el que otro coche estaba en segunda fila. No tenía los intermitentes puestos. "¿Qué hace ése? ¡Si está invadiendo parte del carril contrario con el morro!" El coche que iba delante nuestra señaló y lo adelantó. Entonces unas piernas salieron del coche y después la cabeza de una chica.  Era sudamericana y llevaba el pelo negro suelto. "¡Ah, va a dejar a alguien". Deduje yo. Pero no le dio tiempo. De repente el conductor la agarró ¿de los pelos?, ¿del brazo? y la volvió a meter en el coche. ¡Le estaba sacudiendo! Yo le adelanté y me paré un poco más adelante. Busqué mi teléfono móvil para llamar al 112. El coche que venía detrás pasó y se paró entre mi coche y el de los otros. Yo miraba por el retrovisor mientras buscaba mi móvil. Un joven se bajó y se acercó a ellos. Para entonces la chica había conseguido salir fuera, pero al ver al joven que se había acercado se volvió a meter en el coche.
Sin dejar que cerrara la puerta y sin indicar ninguna maniobra con el intermitente salió acelerando e invadiendo el carril contrario. Se alejó haciendo eses entre los dos carriles mientras le sacudía a su compañera. Y yo me quedé con el móvil en la mano y rezando porque no provocara ningún accidente y porque esa chica tuviera suerte.
Después de estos incidentes me acordé del doctor Neira y pensé que en esta sociedad no es que se necesiten héroes sino súper héroes, porque lo que nos viene encima... Y mientras, nuestros políticos echándose los trastos a la cabeza y discutiendo como niños sobre quién tiene la culpa de la crisis... y sin hacer nada.

martes, 9 de septiembre de 2008

El tamaño del forro sí que importa

Después de pasarme la tarde forrando los libros de mi hija he llegado a la misma conclusión a la que llegué el año pasado. Los editores y los fabricantes de forro para libros no se hablan. Es más se odian. ¿Tan difícil sería hacer el ancho del rollo del forro diez centímetros más grande? ¿O hacer el formato de los libros diez centímetros más pequeño? Sí ya lo sé, el tamaño de los libros depende del tamaño de los pliegos, bla, bla, bla.
No sé si a ustedes les habrá pasado, pero a mí me da mucha rabia cuando voy a proceder a colocar el libro para cortar el forro y a lo ancho no hay manera de encajarlo; y sólo harían falta cinco centímetros más a cada lado. Así que hay que ajustarlo a lo largo y proceder a cortar un buen trozo que sobra.
Ya me dirán.

lunes, 8 de septiembre de 2008

La mirada de Asier

Asier tenía 18 años. A sus padres, Mari y Maite, y a su hermana Leyre, se les está haciendo muy difícil asimilar su pérdida. Si medimos nuestra vida por lo que escuchamos decir a los demás, puedo aseguraros que la vida de Asier deja una profunda huella. 
Cuando aquel sábado, 23 de agosto, las campanas de la iglesia de Bigüezal anunciaron las cinco, el silencio recorrió el espacio como si se hubiera echado una manta que en pleno verano asfixia la razón. No hay palabras que describan con exactitud el desgarrador recuerdo de su familia; de unos padres aplastados por el dolor, de una hermana acongojada, de los familiares rotos... y de una novia que con el coraje y la pasión que da esa primera juventud daban pinceles de la vida de un joven comprometido, generoso, tímido y responsable.
Su familia donó todos sus órganos tras el accidente que sesgó su vida cuando iba a trabajar a la empresa familiar. Su padre anunció con orgullo y cariño que sus ojos, los ojos de su hijo, habían devuelto la vista a un niño de ocho años. Fue como si una pequeña sonrisa se abriera en medio de tanto sufrimiento. Asier seguirá viendo, seguirá mirando, seguirá sintiendo en cada uno de aquellos que compartieron su vida.