miércoles, 15 de julio de 2020

La Kahena

Didier Nebot, en su libro La Kahena, La reina judía de Ifrikia, me ha descubierto la figura de una mujer que desconocía.
Su verdadero nombre era Dahia.
Nombrada también como Dihia, las fuentes históricas se refieren a ella con el apelativo de Kahena o Kahina, que significa sacerdotisa; término que podía incluir también la consideración de hechicera y de profetisa. Dahia vivió en el siglo VII y fue la reina de la tribu beréber nómada de los Yeraua. Se desconocen cuáles fueron las circunstancias que rodearon su infancia, que en el libro Nebot recrea marcada por la pronta pérdida de su madre y por la indiferencia e incluso odio de su padre, Tabet, por nacer mujer.
Lo que sí se sabe es que esta mujer se enfrentó en 689 a las fuerzas invasoras árabes, comandadas por el valí de Egipto, Hassan Ben-Noomane, consiguiendo dos grandes victorias sobre ellos. Sin embargo, no pudo hacer frente con éxito a la siguiente invasión producida en 698. Viéndose en inferioridad frente a estos enemigos, antes que entregarles sus tierras prefirió quemar todas sus posesiones desde Trípoli a Tánger. Un gesto muy noble que sin embargo no sirvió para frenar el avance árabe. La Kahena no sobrevivió a esta batalla, muriendo en el monte Aurés.
Nebot ahonda en las tradiciones y origen de estas tribus nómadas y nos muestra cómo eran sus rutinas, sus relaciones y su religión. Sin embargo, echo en falta una mayor profundidad a la hora de meternos en la piel de los protagonistas, especialmente en la de La Kahena. Será porque me gustaría saber más sobre ella.

domingo, 5 de julio de 2020

La víspera de la víspera


Despliego la tabla de planchar, como cada 5 de julio, como cada víspera de la víspera. Pero esta vez no hay ropa blanca encima de ella. Tampoco cuelgan pañuelicos rojos estratégicamente alineados encima del sofá, aguardando para ser atados al cuello mañana a las 12 del mediodía. No hay toros esperando en los corralillos del Gas. Las txarangas no afinan sus instrumentos. La calle Mañueta no huele a churros. Las peñas no han desplegado sus pancartas. Y el capotico de San Fermín tendrá que servir este año para enjugar nuestras lágrimas.
Me duelen estos no sanfermines de silencio y abrazos rotos. Estos no sanfermines que viviremos en otros balcones que no serán los de la plaza Consistorial. Estas no fiestas que hacen añicos todos nuestros sueños y nos obligan a distanciarnos, añorando la esencia misma de nuestra fiesta; que no es otra que estar en la calle festejando juntos, abrazados en una marea sinfín de blanco y rojo.
Se va a hacer extraño no poder ir al paseo Sarasate a por unos boletos de la Tómbola de Cáritas. No ver explotar el cielo en colores cada anochecer.  No madrugar para ver el encierro. No encontrarte con gentes brindando en la calle. No trasnochar hasta hacer la noche día. No escuchar un grandioso ¡Viva san Fermín! que retumba cada 6 de julio en toda Pamplona y recorre sus calles con una catarata de alegría como no creo que exista en ninguna otra parte del mundo. ¡Cómo voy a extrañar ir a la procesión el día 7! O inmortalizar la imagen de san Fermín por las calles del casco viejo sobre un fondo de pamploneses y visitantes que miran con fervor o curiosidad a nuestro santo morenico.
A pesar de todo ello, os deseo unos muy felices no sanfermines. Que este sea el mejor no encierro que corráis por la cuesta de santo Domingo, delante del ayuntamiento, por Mercaderes, la Estafeta o la bajadica de Telefónica y que lleguéis con buen pie a la plaza de toros. Que el no Chupinazo lo viváis como un acto de prudencia y generosidad hacia la ciudad de Pamplona. Que los no almuerzos os unan más a las cuadrillas. Que los no fuegos artificiales se conviertan en un ejemplo de solidaridad. Y, sobre todo, que nuestro santo patrón interceda para que venzamos entre todos a este covid-19.
¡Viva san Fermín! ¡Gora san Fermín!