martes, 9 de diciembre de 2008

La huella de la ropa

Supongo que ha sido coincidencia, pero en la última semana he podido leer varias referencias sobre la huella que deja la gente en la ropa. El otro día leí un artículo, y que me perdone su autor porque no me acuerdo de su nombre, en el que venía a decir más o menos que a él no le gustaba ponerse la ropa de otra persona, porque es como si en ella se quedara el alma de su dueño. 
También en uno de los chistes de la revista Mujer Hoy, el autor hacía referencia a que los vestidos acaban teniendo la forma del cuerpo de quien los viste.
Eso me ha traído a la memoria un tabardo que heredé de mi abuelo. Cuando éste murió, mi abuela me lo regaló como recuerdo. Mi abuelo Antonio, que también era mi padrino, era un hombre cariñoso y de temperamento sosegado al que nunca vi levantar la voz.  De él guardo gratos recuerdos de cuando me llevaba en su coche, de cuando me compraba patatas fritas, de cuando venía a verme a Obanos el día de mi cumpleaños... 
Mi primer coche lo heredé de él; un seat 124 color naranja butano de cuatro marchas que lo tenía impecable. Cuando él ya no pudo conducirlo me lo regaló a mí. Yo ya estaba en la universidad y él empezaba a tener los primeros atisbos de alzheimer.
Su tabardo lo uso con frecuencia en invierno porque abriga como si llevara una manta encima. Y,  si tengo que ser sincera, he de decir que cuando lo llevo, me siento protegida y acompañada; como si nada malo me pudiera suceder. Es como si él caminara conmigo. Por eso doy las gracias a mi abuela porque al regalármelo, me regaló también un pedacito de su alma.

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