He regresado a los pinares de mi infancia donde antaño construíamos cabañas. He vuelto a escuchar el zumbido de fondo de las abejas y he sentido la caricia de las vides repletas de uvas. Me he dejado envolver por las leyendas que la cima de Arnotegui desparrama sobre los caminos pródigos en zarzas y dadivosos de uvas y escaramujos. He visto cómo las hormigas se aprovisionaban para pasar el invierno por los veredas que suele ocupar la procesionaria.
Me he detenido en la encrucijada que divide en tres el camino: hacia Arnotegui, hacia Nekeas, hacia las Salinas. Con la vista fija en la casa de las brujas he buscado el lugar donde se dice que fue decapitado san Guillén, el duque de Aquitania que asesinó a su hermana y que, después, arrepentido, tras peregrinar a Santiago, se quedó en la cima de Arnotegui a purgar el peso de su culpa. Y me he visto otra vez pequeña y llena de sueños, mientras en mi cabeza resonaban las risas de otros veranos.
Este verano del 2020 me sabe más que nunca a cielos azules, a vacaciones infinitas en un lugar cercano y querido, a planes sencillos, a viejas amigas, a amigas que se han ido pero cuyas huellas me vienen a buscar. Sé que aquellos veranos de mi infancia no se han perdido. Que siguen allí entre la alfombra de hojas astifinas de pino, entre las vides y las abejas, entre las hormigas laboriosas, entre las cabañas que ya no existen, en ese Obanos pequeño e infinito rodeado de pequeños héroes: mis junteros, mis infanzones.
©Begoña Pro
1 comentario:
Cuantos recuerdos, el olor pino y resina, con 35 grados en una mañana de verano
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