miércoles, 5 de agosto de 2020

Un lugar llamado Subiza

Subiza se convirtió para mí en uno de los parajes más significativos de la saga La chanson de los Infanzones debido a la trascendencia de dos de sus personajes principales que llevan este apellido. Estuve allí cuando escribí la tetralogía para conocer el sitio donde se movió Yenego Martínez de Subiza y donde situé a su hijo Álvaro. De eso hace ya varios años.

Ayer tuve la oportunidad de regresar, invitada por una lectora de esta localidad navarra. Me siento tremendamente afortunada por haber compartido un ratito con su familia. Y mi agradecimiento es infinito por la manera tan amable con la que me acompañaron por las calles de Subiza, describiendo y descubriendo otras trozos de su historia. En sus palabras se notaba el cariño y el amor profundo que le tienen a esta localidad. Porque el secreto de Subiza es la pasión que sus habitantes sienten por esta tierra en cuyo escudo se refleja el dorado de un sol infinito.

En Subiza el agua serpentea despacio. Todavía se conserva el viejo lavadero que, aunque seco hoy debido a la reconducción del cauce, conserva intacta la forma de la vasija adonde las mujeres acudían a lavar la ropa. Sí que sigue fluyendo el agua de su fuente en un lugar de miradas centenarias donde los constructores continúan haciendo hablar a las piedras. 









Enhiesta se empina la iglesia del pueblo donde las hiedras secas todavía se agarran a sus paredes. Y en la pequeña plaza destaca la placa que recuerda que L. Eguílaz y C. Oudrid convirtieron en zarzuela "El molinero de Subiza". Han desaparecido las escuelas y la vieja carnicería, pero el frontón se ha convertido en el punto de encuentro de todos sus habitantes.








Se levantaron en Subiza dos palacios. Uno ya desaparecido, cuyo lugar está marcado por un viejo muro. El otro se alzaba a la entrada del pueblo y en el siglo XVIII, cuando pertenecía a los Rada, se encontraba casi en ruinas. Fue Pedro Fermín Goyeneche quien le dotó del carácter señorial que todavía se aprecia hoy a pesar de su deterioro. Cuando su nieta, Mª Josefa Borda y Goyeneche, contrajo matrimonio en 1763 con Joaquín de Rada y Mutiloa, Pedro Fermín tomó la decisión de reconstruir el palacio como regalo de bodas para que los novios pudieran vivir allí. 

Hoy el palacio presenta sobre su fachada el deterioro del paso del tiempo y la huella de los ocupas y, tal vez, de los buscadores de tesoros. Ha desaparecido la colección de máquinas de escribir que tenía su último dueño. En el patio de las caballerizas han crecido las zarzas. La balaustrada ha perdido su esplendor y de los fogones de la cocina hace tiempo que no salen exquisitos manjares. Las tablas han sustituido a los cristales de las ventanas, pero en Subiza todavía recuerdan que ese palacio estuvo abierto para ellos hasta no hace mucho, gracias a la generosidad de su último morador.

Infinitas gracias K. e I.

 




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